martes, 26 de mayo de 2009

Con razón Demi Moore está en forma

Por Elvira

Las mujeres estamos jodidas en muchas cosas, sobre todo en esto de la edad. Si uno se levanta un tipo menor, se lo come y lo echa del apartamento saltándose el arrunchis y la conversación innecesaria, es una perra desalmada y una asaltacunas. Peor aún, si una mujer ya está entrada en los cuarenta, es una cuchibarbie deplorable que tiene que empezar a comportarse como una mujer de su edad. En cambio los hombres cuarentones solteros son unos campeones, las canas los hacen más atractivos e interesantes, los gordos los hacen tiernos, y si se levantan a una vieja veinte años menor que ellos son unos triputas. Pero bueno, así son las cosas. De malas nosotras.

Revolcarse con un chiquitín es una grata experiencia. Con la edad, uno cambia unas cosas por otras. Por ejemplo, la velocidad por la creatividad, el afán (cuando uno tiende que hacerlo a escondidas) por el tiempo extra que gana cuando ya no tiene a los papás en el cuarto del lado, y la capacidad de pedir lo que uno quiere cuando quiere sin tener que contentarse con lo que le tocó.

Hace poco conocí un niño al que le llevaba ocho años. A esta edad, ocho años menos son muchos años menos. Era buena gente, súper lindo, pero por desgracia mía, el chino hablaba hasta por lo codos. Gracias a Dios (a veces) los tragos suelen anular todo eso que a uno le molesta cuando está sobrio, hacen que aflore la simpatía y que el juicio se nuble. Después del cortejo y los besos necesarios, el chino muy avión se me insinuó. Propuso su casa, pero ante la imagen de la mamá sirviéndome desayuno al día siguiente, me lo llevé a la mía.

Llegamos a la casa y empezó la faena. Chunchunchun, chanchanchan, por aquí, por allá, así y asá. ¡Oh por dios, déjame respirar! Realmente había olvidado la resistencia de los veinteañeros tempranos, y cuando uno tiene que actuar como si tuviera 18, es realmente agotante. En algún momento, ya con la rasca disminuida y la insistencia desesperada del chico, pensé que me iba a dar un infarto. No puedo decir que el polvo no haya sido bueno, fue diferente, pero creo que me quedo con la pausa del experimentado.

Por eso, no le di tiempo para que se acomodara después de finiquitada la faena, para el arrunchis, el posible “¿te gustó?”, ni mucho menos para el desayuno. Le pedí un taxi tan pronto pude y lo mandé a desayunar con su mamá. Cerré la puerta y me sentí aliviada de haber chuliado al joven y de tener la cama para mi y sólo para mi. Comerse a un chiquilín es chévere, pero uno aprende que definitivamente la práctica hace al maestro.


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